viernes, 2 de octubre de 2009

La Escuela de Frankfurt y la renovación del marxismo (I)

  1. Antecedentes teóricos de la Escuela de Frankfurt: El concepto de cosificación de Lukács




Un antecedente teórico importante para la Escuela de Frankfurt es el concepto de cosificación. Conceptos como “teoría tradicional”, “afirmatividad”, “sociedad unidimensional”, o las reflexiones sobre la estética y la industria cultural, propias de la Escuela de Frankfurt, tienen este concepto acuñado por el filósofo marxista húngaro, György Lukács.
Lukács, en su libro Historia y conciencia de clase, parte del análisis marxista de las raíces económicas de la alienación, que se encuentra en las relaciones de producción propias del capitalismo. Con el término cosificación, que también se traduce como reificación, Lukács demuestra los alcances de la enajenación. Ésta no se restringe al proceso de producción de mercancías. La categoría lukacsiana de cosificación extiende el análisis de la alienación y el fetichismo de la mercancía de Marx al ámbito de la subjetividad humana, de las relaciones sociales, de la cultura. El mérito de Lukács es haber puesto en relieve aquellos ámbitos de la realidad humana que habían sido dejados a un lado por el marxismo ortodoxo, que consideraba el ámbito de la cultura, el derecho y las ideologías como meros epifenómenos de la infraestructura económica, y a la subjetividad, esto es, a la conciencia, como algo subsumido en la estructura de la sociedad y el Estado. Lukács, desde una lectura hegeliana del marxismo, enfrenta la separación entre sujeto y objeto, convertida en entidades absolutas en las sociedades modernas, y propone una perspectiva unitaria de las relaciones sociales.
La reificación descansa sobre unas relaciones socioeconómicas donde la mercancía ha alcanzado una primacía absoluta. Por ello, Lukács apunta:

“[...] el fetichismo de la mercancía es un problema específico de nuestra época, un problema del capitalismo moderno. Como es sabido, ya en estadios evolutivos muy primitivo de la sociedad ha habido tráfico mercantil y, con él, relaciones mercantiles objetivas y subjetivas. Pero lo que aquí importa es otra cosa: en qué medida el tráfico mercantil y sus consecuencias estructurales son capaces de influir en la vida entera de la sociedad, igual la externa que la interna. Importa, pues, el problema de la medida en la cual el tráfico mercantil es la forma dominante del intercambio o metabolismo de la sociedad, y esa cuestión no puede resolverse de un modo simplemente cuantitativo concorde con las modernas costumbres de pensamiento, ya cosificadas bajo la influencia de la forma dominante de la mercancía”.[i]

Si entendemos, desde la perspectiva marxista, por mercancía todo aquel objeto que, aparte de su valor de uso tiene también, y sobre todo, valor de cambio, la mercancía no es una creación exclusiva del capitalismo. Se encuentran mercancías en las economías arcaicas, basadas, por ejemplo, en el trueque directo de objetos. Una lanza intercambiada por una piel de venado es, en este sentido, una mercancía. Pero no podemos hablar aquí de cosificación, pues la mercancía no es el elemento decisivo de esa economía arcaica. Veamos:

“La diferencia entre una sociedad en la cual la forma mercancía es la dominante, la forma que influye decisivamente en todas las manifestaciones de la vida, y una sociedad en la cual esa forma no aparezca sino episódicamente es más bien una diferencia cualitativa. Pues todos los fenómenos subjetivos y objetivos de las sociedades en cuestión cobran, de acuerdo con esa diferencia, formas de objetividad cuantitativamente diversas. Marx ha subrayado el carácter episódico de la forma mercancía para la sociedad primitiva”.[ii]

Esto es: la lógica de la mercancía permea todas las relaciones sociales. La mercancía deja de ser algo meramente episódico como en las economías precapitalistas y pasa, literalmente, a tomar el centro de la vida humana. Todo se convierte en mercancía, todo se mercantiliza. De ahí que Lukács hable de una cosificación. Si la mercancía es cosa intercambiable, todo pasa a tener carácter de cosa. Para ello es necesario un proceso de racionalización. Esta categoría, que Lukács toma de Max Weber, sirve para describir un rasgo distintivo del capitalismo. El capitalismo surge de las cenizas del Antiguo Régimen oponiéndole una racionalización sistemática de las relaciones socioeconómicas, culturales y políticas.
Weber describe la racionalidad del Estado moderno en términos análogos al de una empresa: “Uno y otro son de la misma especie en cuanto a su esencia básica. Una ‘empresa’ es exactamente igual al estado moderno, considerado desde el punto de vista de la ciencia de la sociedad, que una fábrica; y esa analogía es precisamente su especificidad histórica. Y también es específicamente idéntica la relación del dominio dentro del sistema empresarial, ya sea en la fábrica, ya en el estado”.[iii]
Ello no resulta peregrino, pues el desarrollo capitalista descansa sobre la base de la racionalidad puesta en función del lucro.  La auténtica ruptura que introduce el capitalismo es la racionalidad basada en el cálculo. Weber apunta que “la moderna empresa capitalista se basa internamente ante todo en el cálculo. Necesita para su existencia una justicia y una administración cuyo funcionamiento pueda en principio calcularse racionalmente según normas generales fijas, igual que se calcula el rendimiento previsible de una máquina. La empresa no puede... compadecerse con el juicio basado en el sentimiento de equidad del juez ante el caso singular, o regido por medios y principios irracionales de intervención del derecho..., igual que tampoco tolera la administración patriarcal, basada en el arbitrio y en la gracia, sin duda sacrosantamente rígida en lo demás, pero que procede según una tradición irracional... Lo específico del capitalismo moderno frene a las formas arcaicas de negocio capitalista es la organización rígidamente  racional del trabajo sobre la base de la técnica racional..”[iv]
Lukács retoma esta idea de la racionalización capitalista y advierte que  se extiende más allá de los límites del proceso de producción de mercancías. La lógica empresarial, en este sentido, conforma, por decirlo vagamente, el modo de ser de la sociedad en todas sus dimensiones: “Lo principal es para nosotros el principio que así se impone: el principio del cálculo, de la racionalización basada en la calculabilidad. Las transformaciones decisivas que con él se producen en el sujeto y el objeto del proceso económico son las siguientes: en primer lugar, la computabilidad del proceso de trabajo exige una ruptura con la unidad del proceso mismo, que es orgánico-irracional y está siempre cualitativamente determinada. la racionalización, en el sentido de un cálculo previo y cada vez más exacto de todos los resultados que hay que alcanzar, no puede conseguirse más que mediante una descomposición muy detallada de cada complejo en sus elementos, mediante la investigación de las leyes parciales especiales de su producción. Por lo tanto, tiene que romper con la producción orgánica de productos enteros, basada en la combinación tradicional de procedimientos empíricos de trabajo: la racionalización es inimaginable sin la especialización”.[v]

Con la escritora alemana Anna Seghers. Lukács fue un gran conocedor de la literatura.


Para Lukács, la racionalización implica especialización. El proceso de producción capitalista rompe con “la producción orgánica de productos enteros, basada en la combinación tradicional de procedimientos empíricos de trabajo: la racionalización es inimaginable sin la especialización. Así desaparece el producto unitario como objeto del proceso de trabajo. El proceso se convierte en una conexión objetiva de sistemas parciales racionalizados, cuya unidad está determinada de un modo puramente calculístico y los cuales, por lo tanto, tienen que presentarse como recíprocamente casuales. La descomposición racional-calculística del proceso de trabajo aniquila la necesidad orgánica de las operaciones parciales referidas las unas a las otras y vinculadas en unidad en el producto.”[vi]
Nos encontramos aquí dentro del proceso de producción de mercancías. El capitalismo requiere una organización total del proceso de producción, donde tienen que surgir compartimentos especializados dentro de la cadena misma de producción de mercancías. Así, la producción de un elemento dado de una mercancía aparece como algo desligado del proceso productivo en su conjunto. Lo novedoso del análisis del filósofo húngaro será que esta especialización (que es, además, una fragmentación) se da también en el sujeto alienado:
“[...] esta descomposición del objeto de la producción significa al mismo tiempo y necesariamente el desgarramiento de su sujeto. A consecuencia de la racionalización del proceso del trabajo las propiedades las peculiaridades humanas se presentan cada vez como meras fuentes de error respecto del funcionamiento racional y previamente calculado de esas leyes parciales abstractas. Ni objetivamente ni en su comportamiento respecto del proceso del trabajo aparece ya el hombre como verdadero portador de éste, sino que queda inserto, como parte mecanizada, en un sistema mecánico con el que se encuentra como con algo ya completo y que funciona con plena independencia de él, y a cuyas leyes tiene que someterse sin voluntad”.[vii]
Esto conforma en el sujeto una “actitud contemplativa”[viii], es decir, no dinámica, no transformadora, frente a la realidad, que percibe como “un proceso de leyes mecánicas y que se desarrolla independientemente de la consciencia, sin influenciación posible por una actividad humana, proceso, pues, que se manifiesta como sistema cerrado y concluso”.[ix] La estructura socioeconómica se presenta como algo que cobra vida propia y que funciona por su propia naturaleza. La historia aparece, por tanto, como una continuidad, estática en el fondo. El tiempo humano se estandariza. Lukács trae a cuenta una observación de Marx en Miseria de la filosofía:
“Y así habrá que decir no ya que una hora (de trabajo) de un hombre equivale a una hora de otro hombre, sino que un hombre durante una hora vale tanto como otro hombre durante una hora. El tiempo lo es todo y el hombre ya no es nada, como no sea la encarnación del tiempo. Ya no importa la cualidad. La cantidad sola lo decide todo: hora contra hora, día contra día...”[x]
Añade Lukács, en una afirmación que Bergson pudo haber avalado: “Con ello pierde el tiempo su carácter cualitativo, mutable, fluyente, cristaliza en un continuo lleno de ‘cosas’ exactamente delimitadas, cuantitativamente medibles (que son los ‘rendimientos’ del trabajador, cosificados, mecánicamente objetivados, tajantemente separados de la personalidad conjunta humana) y que es él mismo exactamente delimitado y cuantitativamente medible: un espacio. En ese tiempo abstracto, exactamente medible, convertido en espacio de la física, que es el mundo circundante de esta situación, presupuesto y consecuencia de la producción científica y mecánicamente descompuesta y especializada del objeto de trabajo, los sujetos tienen que descomponerse racionalmente de un modo análogo.”[xi]
Lukács señala que en el sujeto hay un “desgarramiento”, que hace de los sujetos “átomos aislados, abstractos, los cuales no son ya copartícipes de un modo orgánico inmediato, por sus rendimientos y actos de trabajo, sino que su cohesión depende cada vez más exclusivamente de leyes abstractas del mecanismo en el que están insertos y que media sus relaciones”.[xii] Se da en la sociedad (tanto en el proceso de producción como en la subjetividad, en las estructuras políticas como en las ideológicas) una fragmentación que oculta la interrelación de los elementos de la sociedad.
La racionalización fragmentadora se expresa como burocratización, otro fenómeno que Weber analizó con anterioridad. Para Lukács, la burocracia moderna es la extensión de la organización de la empresa capitalista, con sus compartimentos especializados —e independientes, aparentemente, unos de otros— al conjunto de la sociedad: “La burocracia significa una adaptación del modo de vida y de trabajo, y, por lo tanto, también de la consciencia, a los presupuestos económicos sociales de la economía capitalista análoga a la que hemos comprobado para el trabajador en la empresa. La racionalización formal del derecho, el estado, la administración, etc., significa desde el punto de vista material objetivo una descomposición de todas las funciones sociales en sus elementos, una búsqueda de las leyes racionales y formales de esos sistemas parciales tajantemente separados unos de otros y, por lo tanto, unas consecuencias conscientes subjetivas de la separación del trabajo respecto de las capacidades y las necesidades  individuales de los que lo realizan, una división del trabajo racional inhumana análoga a la que hemos visto en el terreno técnico maquinista de la empresa”.[xiii]
La cosificación se da tanto en el sujeto como en el ámbito de la cultura. Lukács pone como ejemplos de lo anterior el periodismo y el derecho. Sobre el primero, afirma que “El ‘virtuoso’ especialista, el vendedor de sus capacidades objetivadas y cosificadas, no sólo es espectador del acaecer social (aquí no podemos siquiera indicar lo mucho que la moderna administración, la jurisprudencia, etc., toman la forma esencial antes indicada como propia de la fábrica en contraposición al artesanado), sino que se sume en una actitud contemplativa respecto del funcionamiento de sus propias capacidades objetivadas y cosificadas. Esta estructura se revela del modo más grotesco en el periodismo, en el cual la subjetividad misma, el saber, el temperamento, la capacidad expresiva se convierten en un mecanismo abstracto, independiente de la personalidad del ‘propietario’ igual que de la esencia concreta material de los objetos tratados: en un mecanismo que funciona según sus propias leyes. La ‘falta de conciencia y de ideas’ de los periodistas, la prostitución de sus vivencias y de sus convicciones, sólo puede entenderse como culminación de la cosificación capitalista”.[xiv]






En el ámbito del derecho, también se crea la ilusión de autonomía de las estructuras jurídicas. Su sustrato material aparece como un “misterio”, aún a ojos de los especialistas en derecho. La ciencia no se escapa de esta dinámica, caracterizada por el “formalismo” (las formas jurídicas, científicas, artísticas, etc.) gozan de una autonomía absoluta con respecto de las condiciones materiales de las que surgen y con respecto, también, de los sujetos.
Para Lukács, la solución a todo esto no se puede encontrar dentro del sistema capitalista. La fragmentación, la ilusión de autonomía, en suma, la reificación es constitutiva de la sociedad burguesa. En ella, “el mundo cosificado se presenta ya —y filosóficamente elevado al cuadrado, bajo una iluminación ‘crítica’— definitivamente como único mundo posible, único abarcable por conceptos, único mundo comprensible dado a los hombres.”[xv] La única forma de superar esto se da en la praxis, a través de la toma de consciencia del proletariado, clase social que sería la única capaz de criticar radicalmente las estructuras alienantes del capitalismo. En este sentido, Lukács retoma la undécima Tesis sobre Feuerbach: es preciso unir teoría y práctica para transformar la realidad.


Luis Alvarenga
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Notas

[i] G. Lukács, “Consciencia del proletariado”, en Historia y consciencia de clase, p. 124.
[ii] Ibídem, pp. 124-125.
[iii] Citado por Lukács, en ibídem, p. 137.
[iv] Cit. en ibídem, p. 138.
[v] Ibídem, pp. 129-130.
[vi] Ibídem, p. 130.
[vii] Ídem.
[viii] Ídem.
[ix] Ibídem, pp. 130-131.
[x] Citado en ibídem, p. 131.
[xi] Ídem.
[xii] Ibídem, p. 132.
[xiii] Ibídem, p. 141.
[xiv] Ibídem, p. 142.
[xv] Ibídem, pp. 153-154.

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