miércoles, 17 de marzo de 2010

Sobre la Fenomenología del espíritu de Hegel

 Del prólogo de la Fenomenología del espíritu

El conocimiento filosófico
Conocimiento de la conciencia y enajenación
El conocimiento es una relación de contrarios, que “encierra los dos momentos, el del saber y el de la objetividad negativa con respecto al saber” (Hegel: 25). La ciencia de la conciencia es la experiencia, pues “la conciencia sólo sabe y concibe lo que se halla en su experiencia, pues lo que se halla en ésta es sólo la sustancia espiritual, y cabalmente en cuanto objeto de sí mismo” (Ídem). Esto puede interpretarse como la constatación de que el conocimiento primario es el de la conciencia (conocimiento de la propia experiencia). En la conciencia hay un movimiento hacia el exterior que permite conocerse a sí misma (la conciencia “en cuanto objeto” de dicho conocimiento).
Por tanto, estamos aquí ante una enajenación de la propia conciencia: “Y lo que se llama experiencia es cabalmente este movimiento en el que lo inmediato, lo no experimentado, es decir, lo abstracto, ya pertenece al ser sensible o a lo simple solamente pensado, se extraña, para luego retornar a sí desde este extrañamiento, y es solamente así como es expuesto en su realidad y en su verdad, en cuanto patrimonio de la conciencia” (Hegel: 26).
La alienación que aquí se plantea no tiene las mismas características que toma en Marx. En Hegel se trata de un movimiento de la conciencia, que debe salir del conocimiento de su propia experiencia para apropiarse de “lo no experimentado, es decir, lo abstracto”. El extrañamiento de la conciencia permite, en un movimiento de retorno desde lo ajeno, aumentar el conocimiento de la propia experiencia.

lunes, 15 de marzo de 2010

Comentarios sobre la Fenomenología del Espíritu de Hegel

La Fenomenología del espíritu
 
La Fenomenología fue publicada en 1807. Los especialistas convienen en que se trata de “la obra más importante de Hegel” (Palmier: 36). Se puede entender como el desarrollo del conocimiento del saber absoluto “en tanto que existe en la consciencia” (Palmier: 37). La obra aborda el despliegue histórico de la conciencia hasta el saber absoluto. Su estructura es triádica:
  1. Conciencia
  2. Autoconciencia
  3. AA. Razón
BB. Espíritu
CC. La religión
DD. El saber absoluto
El recorrido de A. hacia C.AA. abarca el Espiritu subjetivo; BB. Es el Espíritu objetivo y CC y DD son el Espíritu absoluto: Arte, religión y filosofía.

 La introducción
Conocimiento no es lo mismo que impasibilidad
La introducción “Las tareas científicas del presente” fue escrita con posterioridad al cuerpo de la Fenomenología. De alguna manera, Hegel expone aquí el plan general de la obra: la historia del despliegue del Espíritu absoluto. Hegel plantea como punto de partida una conciencia que se basta a sí misma, en la pura contemplación de las cosas:
“Hubo un tiempo en que el hombre tenía un cielo dotado de una riqueza pletórica de pensamientos e imágenes. El sentido de cuanto es radicaba en el hilo de luz que lo unía al cielo; entonces, en vez de permanecer en este presente, la mirada se deslizaba hacia un más allá, hacia la esencia divina, hacia una presencia situada en lo ultraterrenal, si así vale decirlo.” (Hegel: 11)
Esta contemplación desinteresada del Absoluto es insuficiente por estar desvinculada de lo terrenal:
“Para dirigirse sobre lo terrenal y mantenerse en ello, el ojo del espíritu tenía que ser coaccionado; y hubo de pasar mucho tiempo para que aquella claridad que sólo poesía lo supraterrenal acabara por penetrar en la oscuridad y el extravío en que se escondía el sentido del más acá, tornando interesante y valiosa la atención al presente como tal, a la que se daba el nombre de experiencia” (Ibíd.)
Hegel es de la opinión de que en el momento en que está escribiendo su obra, se está ante la situación inversa: el interés por lo empírico vuelve urgente violentar nuevamente el pensamiento para poder elevarlo de la pobreza de la inmediatez hacia la búsqueda del Absoluto. El conocimiento implica, pues, una “coacción” de la forma en que se tiene de “ver” la realidad. El filosofar es, por tanto, una búsqueda del Absoluto pero a través de las cosas concretas. No se debe confundir esta necesidad de dar cuenta del Espíritu Absoluto con la búsqueda de una verdad estática o de un cuerpo de conceptos “generales” imperturbables ante lo cambiante, lo diverso:
“Quien busque solamente edificación, quien quiera ver envuelto en lo nebuloso la terrenal diversidad de su ser allí y del pensamiento y anhele el indeterminado goce de esta indeterminada divinidad, que vea dónde encuentra eso; no le será difícil descubrir los medios para exaltarse y gloriarse de ello. Pero la filosofía debe guardarse de pretender ser edificante” (Ibíd.)
Un saber riguroso no se conforma con conceptos vacíos. La profundidad de un concepto radica en su capacidad de hacerse “carne” en las determinaciones. Así, para el filósofo alemán, el conocimiento científico y filosófico distan de ser “sobrios”, esto es, impasibles ante los fenómenos reales, ante los casos concretos. “Y esa sobriedad que renuncia a la ciencia menos aún puede tener la pretensión de que semejante entusiasta nebulosidad se halle por encima de la ciencia. Estas profecías creen permanecer en el centro mismo y en lo más profundo, miran con desprecio a la determinabilidad (el horos) y se mantienen deliberadamente alejadas del concepto y de la necesidad, así como de la reflexión, que sólo mora en la finitud” (Ibíd.)
Estas palabras se pueden interpretar como una crítica a la comprensión deficiente de algunos conceptos y problemáticas filosóficas. La crítica empirista descarta, por pretender que es superflua, la categoría de sustancia y las discusiones metafísicas. Podríamos considerar que aquí hay algo de razón. Cuando las categorías metafísicas no nos sirven para dar cuenta de la realidad, resultan vacías. Pero no son las categorías metafísicas las que no sirven de nada, sino el enfoque, que divorcia a la metafísica de la realidad concreta. Así, un concepto de valor universal puede pasar por la “tabla rasa” si no desciende a la realidad, si no pasa por el “calvario” de las determinaciones de lo real.
Por consiguiente, no es que el problema de la esencia no tenga validez. Es la carencia de un método adecuado, en el que la esencia esté relacionado con la totalidad (lo universal, lo particular, lo individual), lo que le da profundidad a tal categoría metafísica. Un saber meramente abstracto puede crear la ilusión de estar en posesión de alguna verdad importante, que no se contamina con la realidad, pero en realidad, sólo se está en posesión de un vacío: “Pero así como hay una anchura vacía, hay también una profundidad vacía; hay como una extensión de la sustancia que se derrama en una variedad finita, sin fuerza para mantenerla en cohesión, y hay también una intensidad carente de contenido que, como mera fuerza sin extensión, es lo mismo que la superficialidad” (Ibíd.)
El saber debe atreverse a ponerse en marcha. Puede extraviarse en el camino, pero es la única forma de ampliarse: “La fuerza del espíritu es siempre tan grande como su exteriorización, su profundidad solamente tan profunda como la medida en que el espíritu, en su interpretación, se atreve a desplegarse y perderse” (Ibíd.)

lunes, 1 de marzo de 2010


"El viaje del espíritu"


MARÍA LUISA BLANCO

He visto al espíritu montado a caballo". La frase forma parte de la leyenda romántica que rodea la Fenomenología del espíritu, de Georg Friedrich Wilhelm Hegel, y fue escrita por su autor el 14 de octubre de 1806. El día anterior había tenido lugar la Batalla de Jena, ciudad en cuya universidad el pensador impartía clases de Historia de la Filosofía y dónde Napoleón alcanzó una de sus vibrantes victorias. Ese mismo día que el emperador ponía fin a la hegemonía del Sacro Imperio Germánico, Hegel ponía el punto final a Fenomenología del espíritu, su primer libro fundamental, y la obra que supuso un antes y un después en la historia de la filosofía occidental.
La primera edición del libro tuvo lugar en Alemania un año después. Su autor había nacido en Stuttgart en 1770, el mismo año que Hölderlin y Beethoven. Sus primeros estudios los realizó en Tubinga, donde coincidió con el filósofo Schelling y el propio Hölderlin y los tres sellaron una amistad que duraría buena parte de sus vidas. Esta alianza fue importante para Hegel porque, sobre todo en sus primeros escritos, estuvo muy influido por la filosofía de Schelling, el más precoz de los tres, y la pasión por los clásicos griegos y latinos (aprendió latín con 5 años), fue lo que le unió al poeta. La devoción por la cultura clásica, patente en toda la obra de Hölderlin lo es también en la obra de referencia de Hegel, Fenomenología del espíritu.
Hegel pertenecía a una familia de comerciantes y fue pobre toda su vida. Este hombre de extraordinaria inteligencia y uno de los grandes genios de la filosofía universal hubo de pasar sus primeros años al servicio de diferentes familias como preceptor. Tenía una importante formación teológica y la religión ocupó al principio buena parte de sus especulaciones filósoficas. Su primer libro, correspondiente a la etapa llamada del "joven Hegel", fue La vida de Jesús, pero el filósofo pronto se rebeló frente al dogma religioso. La toma de La Bastilla tuvo lugar cuando él tenía 19 años, casi al mismo tiempo en que obtenía su licenciatura en filosofía, y el vigor y entusiasmo que acompañaron las ideas de la Revolución Francesa influyeron y alimentaron al filósofo que adoptó a la diosa Razón en detrimento del Dios de la religión.
Inmerso en la corriente de la Ilustración, lector de Goethe, de los hermanos Schlegel, protagonistas de la rebelión romántica, del poeta Novalis, de Schiller, de la gran literatura alemana en suma, el filósofo adoptó la razón como protagonista de su filosofía, pero su propuesta no es la de un pensamiento abstracto. "Todos somos hijos de nuestro tiempo", afirma, o "la filosofía es su propia época captada en el pensamiento". En ambos enunciados, orientados a su objetivo fundamental que era "pensar la vida", encontramos el sustrato de la Fenomenología del espíritu. El pensamiento no es nada si no está informado por la pasión y por la propia experiencia del hombre, y la vida, nuestra vida, es el lugar en el que la naturaleza, la historia y el pensamiento forman un todo. Así, lo que en el plano del pensamiento se saldará en su síntesis final con la llamativa figura del "saber absoluto", en el plano de la realidad queda encarnado en la figura de Napoleón, alguien que, en opinión del filósofo, ha superado todas las contradicciones y que ha realizado esa reconciliación final en la tierra. De ahí la frase pronunciada por el filósofo que identifica al emperador, con el espíritu montado a caballo.
Se puede decir que la Fenomenología del espíritu es el libro que inaugura el pensamiento moderno, pero a pesar de su importancia como obra clave de la filosofía mundial, el lector español no contó con una traducción completa hasta la realizada en 1966 por Wenceslao Roces para el Fondo de Cultura Económica. En 1935, el filósofo español Xavier Zubiri había traducido el prólogo, la introducción y el capítulo final sobre el "saber absoluto" para la Revista de Occidente. Hay que celebrar por tanto como un importante acontecimiento editorial, la nueva traducción realizada por el profesor de filosofía Manuel Jiménez Redondo, que acaba de publicar la editorial Pre-Textos.
La Fenomenología del espíritu es un relato que cuenta la experiencia de la conciencia. "La ciencia de la experiencia de la conciencia", lo tituló en un principio su autor. Hay quienes han calificado el libro de epopeya y quienes lo han equiparado al Fausto de Goethe, o a la figura del Quijote, por las diferentes etapas del viaje que va superando la conciencia. La obra está escrita con una enorme tensión filosófica y en ella está encerrado todo el pensamiento de Hegel que por algo lo llamó su "libro de los descubrimientos". Toda la filosofía anterior a este libro es contemplada por él como una unidad que queda superada por su sistema dialéctico. Toda la filosofía posterior, tanto el pensamiento existencialista como el marxismo, incorporaron la propuesta hegeliana de un pensamiento dialéctico. Un pensamiento que comprende el momento presente y el devenir de los acontecimientos históricos, y en el que la conciencia, el lugar en el que sujeto y objeto coinciden, es la protagonista absoluta.
La Fenomenología del espíritu es un libro complejo que requiere para su comprensión un conocimiento filosófico y exige además una lectura esforzada y atenta. Pero, al igual que ocurre con todas las grandes obras, el lector no especializado puede también encontrar reflexiones que iluminen sus propias inquietudes. En el prólogo, escrito por Hegel después de terminada la obra, el autor añora tiempos pretéritos y lamenta la pobreza de ideas del momento: "El espíritu se muestra tan pobre que, así como el peregrino que anda perdido en las arenas del desierto se conformaría con un simple sorbo de agua, así también el espíritu sólo parece aspirar a refrescarse y aliviarse con ese somero y paupérrimo sentimiento de lo divino en general. Y, precisamente por aquello con lo que el espíritu se conforma, puede medirse la magnitud de su pérdida".
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