martes, 22 de septiembre de 2009

Ortega y Gasset (2)

2.  Centralidad de la vida en Ortega y Gasset




Hemos llegado a una categoría central en Ortega y Gasset: la vida. De ahí que su filosofía se puede interpretar como un vitalismo. Para el filósofo español, nuestra época, plagada de racionalismo, ha contrapuesto artificialmente la cultura a la vida:
La tradición moderna nos ofrece dos maneras opuestas de hacer frente a la antinomia entre vida y cultura. Una de ellas, el racionalismo, para salvar la cultura niega todo sentido a la vida. La otra, el relativismo, ensaya la operación inversa: desvanece el valor objetivo de la cultura para dejar paso a la vida.
(“La doctrina del punto de vista”, en El tema de nuestro tiempo, p. 102).
La vida es un estar haciendo:
La vida humana es una realidad extraña, de la cual lo primero que conviene decir es que es la realidad radical, en el sentido en que a ella tenemos que referir todas las demás, ya que las demás realidades, efectivas o presuntas, tienen de uno u otro modo que aparecer en ella.
La nota más trivial, pero a la vez la más importante de la vida humana, es que el hombre no tiene otro remedio que estar haciendo algo para sostenerse en la existencia. La vida nos es dada, puesto que no nos la damos a nosotros mismos, sino que nos encontramos en ella de pronto y sin saber cómo. Pero la vida que nos es dada, no nos es dada hecha, sino que necesitamos hacérnosla nosotros; cada cual la suya. La vida es quehacer, y lo más grave de estos quehaceres en que la vida consiste no es que sea preciso hacerlos, sino, en cierto modo, lo contrario; quiero decir, que nos encontramos siempre forzados a hacer algo pero no nos encontramos nunca estrictamente forzados a hacer algo determinado; que no nos es impuesto este o el otro quehacer, como le es impuesta al astro su trayectoria o a la piedra su gravitación. Antes que hacer algo, tiene cada hombre que decidir, por su cuenta y riesgo, lo que va a hacer. Pero esta decisión es imposible si el hombre no posee algunas convicciones sobre lo que son las cosas en su derredor, los otros hombres, él mismo. Sólo en vista de ellas puede, preferir una acción a otra, puede, en suma, vivir.
Pero esta interpretación de la vida como actividad, como vida activa, no se da ni de forma gratuita, ni sin rumbo, aunque este rumbo no está establecido por la Idea hegeliana, sino por el ser humano mismo:
Pero el hombre no sólo tiene que hacerse a sí mismo, sino que lo más grave que tiene que hacer es determinar lo que va a ser. Es causa sui en segunda potencia. Por una coincidencia que no es casual, la doctrina del ser viviente sólo encuentra en la tradición como conceptos, aproximadamente utilizables, los que intentó pensar la doctrina del ser divino. Si el lector ha resuelto ahora seguir leyéndome en el próximo instante será, en última instancia, porque hacer eso es lo que mejor concuerda con el programa general que para su vida ha adoptado, por tanto, con el hombre determinado que ha resuelto ser. Este programa vital es el yo de cada hombre, el cual ha elegido entre diversas posibilidades de ser, que en cada instante se abren ante él.
Sobre estas posibilidades de ser importa decir lo siguiente:
1.º Que tampoco me son regaladas, sino que tengo que inventármelas, sea originalmente, sea por recepción de los demás hombres, incluso en el ámbito de mi vida. Intento proyectos de hacer y de ser en vista de las circunstancias. Esto es lo único que encuentro y que me es dado: la circunstancia. Se olvida demasiado que el hombre es imposible sin imaginación, sin la capacidad de inventarse una figura de vida, de "idear" el personaje que va a ser. El hombre es novelista de sí mismo, original o plagiario.
 2.º  Entre  esas posibilidades tengo que elegir. Por tanto, soy libre. Pero, entiéndase bien, soy por fuerza libre, lo soy quiera o no. La libertad no es una actividad que ejercita un ente, el cual aparte y antes de ejercitarla tiene ya un ser fijo. Ser libre quiere decir carecer de identidad constitutiva, no estar adscrito a un ser determinado, poder ser otro del que se era y no poder instalarse de una vez y para siempre en ningún ser determinado. Lo único que hay de ser fijo y estable en el ser libre es la constitutiva inestabilidad.
[Historia como sistema, loc. cit.]
En esto de ver la vida como una constante elección, podríamos encontrar cierta familiaridad con algunas ideas propias del existencialismo. Probablemente. Lo interesante de la postura de Ortega es que su énfasis en la vida no implica una renuncia a la racionalidad, que conduce a posturas insostenibles como el relativismo. Por eso, su postura es, más que vitalista, racio-vitalista. Para Ortega, no sólo es posible, sino que además, es imperativo, armonizar razón y vida, cultura y vida:
Se trata, pues, de dos instancias que mutuamente se regulan y corrigen. Cualquier desequilibrio en favor de una o de otra trae consigo irremediablemente una degeneración. La vida inculta es barbarie; la cultura desvitalizada es bizantinismo.
(“El doble imperativo”, en El tema de nuestro tiempo, p. 58)
Si la vida es central, también lo es la razón. “La razón es una breve zona de claridad analítica que se abre entre dos estratos insonsables de irracionalidad”, dice en “Ni vitalismo ni racionalismo”.




3.      Perspectivismo




Queremos subrayar que un elemento distintivo de Ortega es su insistencia en que este carácter opcional de la vida humana no se da al margen de las determinaciones históricas. Oigamos lo siguiente:
Hemos de buscar a nuestra circunstancia, tal y como ella es, precisamente en lo que tiene de limitación, de peculiaridad, el lugar acertado en la inmensa perspectiva del mundo. No detenernos perpetuamente en éxtasis ante los valores hieráticos, sino conquistar a nuestra vida individual el puesto oportuno entre ellos. En suma: la reabsorción de la circunstancia es el destino concreto del hombre.
Mi salida natural hacia el universo se abre por los puertos del Guadarrama o el campo de Ontígola. Este sector de realidad circunstante forma la otra mitad de mi persona: solo al través de él puedo integrarme y ser plenamente yo mismo. La ciencia biológica más reciente estudia el organismo vivo como una unidad compuesta del cuerpo y su medio particular: de modo que el proceso vital no consiste solo en una adaptación del cuerpo a su medio, sino también en la adaptación del medio a su cuerpo. La mano procura amoldarse al objeto material a fin de apresarlo bien; pero, a la vez, cada objeto material oculta una previa afinidad con una mano determinada.
Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo. Benefac loco illi quo natus es, leemos en la Biblia. Y en la escuela platónica se nos da como empresa de toda cultura, esta: «salvar las apariencias», los fenómenos. Es decir, buscar el sentido de lo que nos rodea.
Preparados los ojos en el mapamundi, conviene que los volvamos al Guadarrama. Tal vez nada profundo encontremos. Pero estemos seguros de que el defecto y la esterilidad provienen de nuestra mirada. Hay también un logos del Manzanares: esta humildísima ribera, esta líquida ironía que lame los cimientos de nuestra urbe lleva, sin duda, entre sus pocas gotas de agua, alguna gota de espiritualidad.
Esto último implica el desafío del pensar para las culturas de habla española. El “logos del Manzanares”, el río que recorre Madrid, simboliza el imperativo de filosofar para todos los seres humanos. Por supuesto que debe ser un filosofar que parta de las circunstancias, que aporte las perspectivas del mundo propias, y no una mera repetición de las respuestas de otras tradiciones filosóficas. Esto nos lleva a otro punto: el perspectivismo orteguiano.
Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella no ve lo puede ver otra. Cada individuo —persona, pueblo, época— es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. He aquí cómo esta, que por si misma es ajena a las variaciones históricas, adquiere una dimensión vital. Sin el desarrollo, el cambio perpetuo y la inagotable aventura que constituyen la vida, el universo, la omnímoda verdad, quedaría ignorada.
(“La doctrina del punto de vista”, op. cit., p. 106).


La diversidad de puntos de vista (que nacen de los diferentes yoes y las diferentes circunstancias) es un elemento constitutivo de la verdad. Para Ortega y Gasset no hay una verdad “no localizada, vista desde lugar ninguno” (ibídem, p. 107). Más aún: “La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización” (ibídem, p. 105).
Ahora bien, si Ortega y Gasset considera inviable el relativismo, esto no es obstáculo para plantear el pluralismo de puntos de vista, que parten de la misma realidad:
La realidad, pues, se ofrece en perspectivas individuales. Lo que para uno está en último plano, se halla para otro en primer término. El paisaje ordena sus tamaños y sus diferencias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro corazón reparte los acentos. La perspectiva visual y la intelectual se complican con la perspectiva de la valoración. En vez de disputar, integremos nuestras visiones en generosa colaboración espiritual, y como las riberas independientes se aúnan en la gruesa vena del río, compongamos el torrente de lo real.
(El espectador, p. 21).


El ideal orteguiano de integración de las perspectivas se acerca mucho al de la “comunidad ideal de comunicación” de Karl-Otto Apel. Desde la perspectiva de Ortega, se preconiza un ideal liberal de sociedad, que acercaría a la España de su tiempo a los sistemas políticos europeos modernos.

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