"El viaje del espíritu"
MARÍA LUISA BLANCO
He visto al espíritu montado a caballo". La frase forma parte de la leyenda romántica que rodea la Fenomenología del espíritu, de Georg Friedrich Wilhelm Hegel, y fue escrita por su autor el 14 de octubre de 1806. El día anterior había tenido lugar la Batalla de Jena, ciudad en cuya universidad el pensador impartía clases de Historia de la Filosofía y dónde Napoleón alcanzó una de sus vibrantes victorias. Ese mismo día que el emperador ponía fin a la hegemonía del Sacro Imperio Germánico, Hegel ponía el punto final a Fenomenología del espíritu, su primer libro fundamental, y la obra que supuso un antes y un después en la historia de la filosofía occidental.La primera edición del libro tuvo lugar en Alemania un año después. Su autor había nacido en Stuttgart en 1770, el mismo año que Hölderlin y Beethoven. Sus primeros estudios los realizó en Tubinga, donde coincidió con el filósofo Schelling y el propio Hölderlin y los tres sellaron una amistad que duraría buena parte de sus vidas. Esta alianza fue importante para Hegel porque, sobre todo en sus primeros escritos, estuvo muy influido por la filosofía de Schelling, el más precoz de los tres, y la pasión por los clásicos griegos y latinos (aprendió latín con 5 años), fue lo que le unió al poeta. La devoción por la cultura clásica, patente en toda la obra de Hölderlin lo es también en la obra de referencia de Hegel, Fenomenología del espíritu.Hegel pertenecía a una familia de comerciantes y fue pobre toda su vida. Este hombre de extraordinaria inteligencia y uno de los grandes genios de la filosofía universal hubo de pasar sus primeros años al servicio de diferentes familias como preceptor. Tenía una importante formación teológica y la religión ocupó al principio buena parte de sus especulaciones filósoficas. Su primer libro, correspondiente a la etapa llamada del "joven Hegel", fue La vida de Jesús, pero el filósofo pronto se rebeló frente al dogma religioso. La toma de La Bastilla tuvo lugar cuando él tenía 19 años, casi al mismo tiempo en que obtenía su licenciatura en filosofía, y el vigor y entusiasmo que acompañaron las ideas de la Revolución Francesa influyeron y alimentaron al filósofo que adoptó a la diosa Razón en detrimento del Dios de la religión.Inmerso en la corriente de la Ilustración, lector de Goethe, de los hermanos Schlegel, protagonistas de la rebelión romántica, del poeta Novalis, de Schiller, de la gran literatura alemana en suma, el filósofo adoptó la razón como protagonista de su filosofía, pero su propuesta no es la de un pensamiento abstracto. "Todos somos hijos de nuestro tiempo", afirma, o "la filosofía es su propia época captada en el pensamiento". En ambos enunciados, orientados a su objetivo fundamental que era "pensar la vida", encontramos el sustrato de la Fenomenología del espíritu. El pensamiento no es nada si no está informado por la pasión y por la propia experiencia del hombre, y la vida, nuestra vida, es el lugar en el que la naturaleza, la historia y el pensamiento forman un todo. Así, lo que en el plano del pensamiento se saldará en su síntesis final con la llamativa figura del "saber absoluto", en el plano de la realidad queda encarnado en la figura de Napoleón, alguien que, en opinión del filósofo, ha superado todas las contradicciones y que ha realizado esa reconciliación final en la tierra. De ahí la frase pronunciada por el filósofo que identifica al emperador, con el espíritu montado a caballo.Se puede decir que la Fenomenología del espíritu es el libro que inaugura el pensamiento moderno, pero a pesar de su importancia como obra clave de la filosofía mundial, el lector español no contó con una traducción completa hasta la realizada en 1966 por Wenceslao Roces para el Fondo de Cultura Económica. En 1935, el filósofo español Xavier Zubiri había traducido el prólogo, la introducción y el capítulo final sobre el "saber absoluto" para la Revista de Occidente. Hay que celebrar por tanto como un importante acontecimiento editorial, la nueva traducción realizada por el profesor de filosofía Manuel Jiménez Redondo, que acaba de publicar la editorial Pre-Textos.La Fenomenología del espíritu es un relato que cuenta la experiencia de la conciencia. "La ciencia de la experiencia de la conciencia", lo tituló en un principio su autor. Hay quienes han calificado el libro de epopeya y quienes lo han equiparado al Fausto de Goethe, o a la figura del Quijote, por las diferentes etapas del viaje que va superando la conciencia. La obra está escrita con una enorme tensión filosófica y en ella está encerrado todo el pensamiento de Hegel que por algo lo llamó su "libro de los descubrimientos". Toda la filosofía anterior a este libro es contemplada por él como una unidad que queda superada por su sistema dialéctico. Toda la filosofía posterior, tanto el pensamiento existencialista como el marxismo, incorporaron la propuesta hegeliana de un pensamiento dialéctico. Un pensamiento que comprende el momento presente y el devenir de los acontecimientos históricos, y en el que la conciencia, el lugar en el que sujeto y objeto coinciden, es la protagonista absoluta.La Fenomenología del espíritu es un libro complejo que requiere para su comprensión un conocimiento filosófico y exige además una lectura esforzada y atenta. Pero, al igual que ocurre con todas las grandes obras, el lector no especializado puede también encontrar reflexiones que iluminen sus propias inquietudes. En el prólogo, escrito por Hegel después de terminada la obra, el autor añora tiempos pretéritos y lamenta la pobreza de ideas del momento: "El espíritu se muestra tan pobre que, así como el peregrino que anda perdido en las arenas del desierto se conformaría con un simple sorbo de agua, así también el espíritu sólo parece aspirar a refrescarse y aliviarse con ese somero y paupérrimo sentimiento de lo divino en general. Y, precisamente por aquello con lo que el espíritu se conforma, puede medirse la magnitud de su pérdida".Publicado aquí.
Hegel pertenecía a una familia de comerciantes y fue pobre toda su vida. Este hombre de extraordinaria inteligencia y uno de los grandes genios de la filosofía universal hubo de pasar sus primeros años al servicio de diferentes familias como preceptor. Tenía una importante formación teológica y la religión ocupó al principio buena parte de sus especulaciones filósoficas. Su primer libro, correspondiente a la etapa llamada del "joven Hegel", fue La vida de Jesús, pero el filósofo pronto se rebeló frente al dogma religioso. La toma de La Bastilla tuvo lugar cuando él tenía 19 años, casi al mismo tiempo en que obtenía su licenciatura en filosofía, y el vigor y entusiasmo que acompañaron las ideas de la Revolución Francesa influyeron y alimentaron al filósofo que adoptó a la diosa Razón en detrimento del Dios de la religión.
Inmerso en la corriente de la Ilustración, lector de Goethe, de los hermanos Schlegel, protagonistas de la rebelión romántica, del poeta Novalis, de Schiller, de la gran literatura alemana en suma, el filósofo adoptó la razón como protagonista de su filosofía, pero su propuesta no es la de un pensamiento abstracto. "Todos somos hijos de nuestro tiempo", afirma, o "la filosofía es su propia época captada en el pensamiento". En ambos enunciados, orientados a su objetivo fundamental que era "pensar la vida", encontramos el sustrato de la Fenomenología del espíritu. El pensamiento no es nada si no está informado por la pasión y por la propia experiencia del hombre, y la vida, nuestra vida, es el lugar en el que la naturaleza, la historia y el pensamiento forman un todo. Así, lo que en el plano del pensamiento se saldará en su síntesis final con la llamativa figura del "saber absoluto", en el plano de la realidad queda encarnado en la figura de Napoleón, alguien que, en opinión del filósofo, ha superado todas las contradicciones y que ha realizado esa reconciliación final en la tierra. De ahí la frase pronunciada por el filósofo que identifica al emperador, con el espíritu montado a caballo.
Se puede decir que la Fenomenología del espíritu es el libro que inaugura el pensamiento moderno, pero a pesar de su importancia como obra clave de la filosofía mundial, el lector español no contó con una traducción completa hasta la realizada en 1966 por Wenceslao Roces para el Fondo de Cultura Económica. En 1935, el filósofo español Xavier Zubiri había traducido el prólogo, la introducción y el capítulo final sobre el "saber absoluto" para la Revista de Occidente. Hay que celebrar por tanto como un importante acontecimiento editorial, la nueva traducción realizada por el profesor de filosofía Manuel Jiménez Redondo, que acaba de publicar la editorial Pre-Textos.
La Fenomenología del espíritu es un relato que cuenta la experiencia de la conciencia. "La ciencia de la experiencia de la conciencia", lo tituló en un principio su autor. Hay quienes han calificado el libro de epopeya y quienes lo han equiparado al Fausto de Goethe, o a la figura del Quijote, por las diferentes etapas del viaje que va superando la conciencia. La obra está escrita con una enorme tensión filosófica y en ella está encerrado todo el pensamiento de Hegel que por algo lo llamó su "libro de los descubrimientos". Toda la filosofía anterior a este libro es contemplada por él como una unidad que queda superada por su sistema dialéctico. Toda la filosofía posterior, tanto el pensamiento existencialista como el marxismo, incorporaron la propuesta hegeliana de un pensamiento dialéctico. Un pensamiento que comprende el momento presente y el devenir de los acontecimientos históricos, y en el que la conciencia, el lugar en el que sujeto y objeto coinciden, es la protagonista absoluta.
La Fenomenología del espíritu es un libro complejo que requiere para su comprensión un conocimiento filosófico y exige además una lectura esforzada y atenta. Pero, al igual que ocurre con todas las grandes obras, el lector no especializado puede también encontrar reflexiones que iluminen sus propias inquietudes. En el prólogo, escrito por Hegel después de terminada la obra, el autor añora tiempos pretéritos y lamenta la pobreza de ideas del momento: "El espíritu se muestra tan pobre que, así como el peregrino que anda perdido en las arenas del desierto se conformaría con un simple sorbo de agua, así también el espíritu sólo parece aspirar a refrescarse y aliviarse con ese somero y paupérrimo sentimiento de lo divino en general. Y, precisamente por aquello con lo que el espíritu se conforma, puede medirse la magnitud de su pérdida".
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