- Conciencia
- Autoconciencia
- AA. Razón
BB. Espíritu
CC. La religión
DD. El saber absoluto
El recorrido de A. hacia C.AA. abarca el Espiritu subjetivo; BB. Es el Espíritu objetivo y CC y DD son el Espíritu absoluto: Arte, religión y filosofía.
La introducción “Las tareas científicas del presente” fue escrita con posterioridad al cuerpo de la Fenomenología. De alguna manera, Hegel expone aquí el plan general de la obra: la historia del despliegue del Espíritu absoluto. Hegel plantea como punto de partida una conciencia que se basta a sí misma, en la pura contemplación de las cosas:
“Hubo un tiempo en que el hombre tenía un cielo dotado de una riqueza pletórica de pensamientos e imágenes. El sentido de cuanto es radicaba en el hilo de luz que lo unía al cielo; entonces, en vez de permanecer en este presente, la mirada se deslizaba hacia un más allá, hacia la esencia divina, hacia una presencia situada en lo ultraterrenal, si así vale decirlo.” (Hegel: 11)
Esta contemplación desinteresada del Absoluto es insuficiente por estar desvinculada de lo terrenal:
“Para dirigirse sobre lo terrenal y mantenerse en ello, el ojo del espíritu tenía que ser coaccionado; y hubo de pasar mucho tiempo para que aquella claridad que sólo poesía lo supraterrenal acabara por penetrar en la oscuridad y el extravío en que se escondía el sentido del más acá, tornando interesante y valiosa la atención al presente como tal, a la que se daba el nombre de experiencia” (Ibíd.)
Hegel es de la opinión de que en el momento en que está escribiendo su obra, se está ante la situación inversa: el interés por lo empírico vuelve urgente violentar nuevamente el pensamiento para poder elevarlo de la pobreza de la inmediatez hacia la búsqueda del Absoluto. El conocimiento implica, pues, una “coacción” de la forma en que se tiene de “ver” la realidad. El filosofar es, por tanto, una búsqueda del Absoluto pero a través de las cosas concretas. No se debe confundir esta necesidad de dar cuenta del Espíritu Absoluto con la búsqueda de una verdad estática o de un cuerpo de conceptos “generales” imperturbables ante lo cambiante, lo diverso:
“Quien busque solamente edificación, quien quiera ver envuelto en lo nebuloso la terrenal diversidad de su ser allí y del pensamiento y anhele el indeterminado goce de esta indeterminada divinidad, que vea dónde encuentra eso; no le será difícil descubrir los medios para exaltarse y gloriarse de ello. Pero la filosofía debe guardarse de pretender ser edificante” (Ibíd.)
Un saber riguroso no se conforma con conceptos vacíos. La profundidad de un concepto radica en su capacidad de hacerse “carne” en las determinaciones. Así, para el filósofo alemán, el conocimiento científico y filosófico distan de ser “sobrios”, esto es, impasibles ante los fenómenos reales, ante los casos concretos. “Y esa sobriedad que renuncia a la ciencia menos aún puede tener la pretensión de que semejante entusiasta nebulosidad se halle por encima de la ciencia. Estas profecías creen permanecer en el centro mismo y en lo más profundo, miran con desprecio a la determinabilidad (el horos) y se mantienen deliberadamente alejadas del concepto y de la necesidad, así como de la reflexión, que sólo mora en la finitud” (Ibíd.)
Estas palabras se pueden interpretar como una crítica a la comprensión deficiente de algunos conceptos y problemáticas filosóficas. La crítica empirista descarta, por pretender que es superflua, la categoría de sustancia y las discusiones metafísicas. Podríamos considerar que aquí hay algo de razón. Cuando las categorías metafísicas no nos sirven para dar cuenta de la realidad, resultan vacías. Pero no son las categorías metafísicas las que no sirven de nada, sino el enfoque, que divorcia a la metafísica de la realidad concreta. Así, un concepto de valor universal puede pasar por la “tabla rasa” si no desciende a la realidad, si no pasa por el “calvario” de las determinaciones de lo real.
Por consiguiente, no es que el problema de la esencia no tenga validez. Es la carencia de un método adecuado, en el que la esencia esté relacionado con la totalidad (lo universal, lo particular, lo individual), lo que le da profundidad a tal categoría metafísica. Un saber meramente abstracto puede crear la ilusión de estar en posesión de alguna verdad importante, que no se contamina con la realidad, pero en realidad, sólo se está en posesión de un vacío: “Pero así como hay una anchura vacía, hay también una profundidad vacía; hay como una extensión de la sustancia que se derrama en una variedad finita, sin fuerza para mantenerla en cohesión, y hay también una intensidad carente de contenido que, como mera fuerza sin extensión, es lo mismo que la superficialidad” (Ibíd.)
El saber debe atreverse a ponerse en marcha. Puede extraviarse en el camino, pero es la única forma de ampliarse: “La fuerza del espíritu es siempre tan grande como su exteriorización, su profundidad solamente tan profunda como la medida en que el espíritu, en su interpretación, se atreve a desplegarse y perderse” (Ibíd.)
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